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David Hilfiker, Watching the Lights Go Out

Esta misma mañana hemos ido a ver a un abogado especializado en temas legales relacionados con la tercera edad. Aunque pudiera parecer ridículamente pronto para pensar en estas cosas, Marja y yo tenemos que tomar algunas decisiones financieras drásticas. Lo más importante es pensar en el tema de las residencias dedicadas a los cuidados a largo plazo. La mayoría (alrededor de un 75% según algunas fuentes) de los pacientes con Alzheimer terminan ingresando en carísimas residencias de ancianos. Y eso nos lleva a la cuestión de tratar de proteger  nuestro plan de pensiones y la herencia que nos dejó la madre de Marja. Las residencias para personas con la enfermedad de Alzheimer pueden llegar a costar 80.000 dólares al año. Medicare (Asistencia sanitaria para personas mayores subvencionada por el gobierno de los Estados Unidos) no cubre los cuidados, y, como es comprensible, Medicaid pagará la estadía en una residencia sólo después de que la persona (o su familia) haya gastado prácticamente todos sus ahorros.

Y para evitar que los ricos, mediante disposiciones legales, regalen su dinero sin dejar de tener control sobre él, Medicaid “revisa” los últimos cinco años y no cubriría los gastos de la residencia si hubiéramos regalado nuestro dinero durante ese período. Todavía no tengo claro cómo funciona todo esto, pero me han dicho que es perfectamente legal desprendernos de nuestro dinero antes de ese periodo de 5 años al que se remontan. Dada la etapa de la enfermedad en la que me encuentro, parece bastante claro que no necesitaré ingresar en una residencia durante los próximos cinco años; por tanto, siendo así, lo más sensato es desprendernos ahora de la mayor parte de nuestro dinero.

Debemos tener en cuenta la importante cuestión ética que supone tal manipulación para hacer cargar al gobierno con estos costes cuando nosotros mismos podríamos hacemos cargo de la mayor parte de ellos; sin embargo, no siento reparos éticos. En primer lugar, Marja y yo hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas adultas ejerciendo el voluntariado o cobrando salarios tan ajuntados como fuera posible con el fin de ayudar a los pobres. Puesto que en la actualidad, empezando por los Estados Unidos y siguiendo con los países industrializados de occidente, no se protege a los habitantes de la miseria, nosotros (y otros muchos, por supuesto) hemos estado realizando el trabajo que debería hacer nuestro gobierno.

Además, cuando Marja y yo recibimos la herencia, tomamos la decisión de donar gran parte de ella en pro de seguir trabajando porque se hiciera justicia en nuestro país, algo que hemos seguido haciendo hasta día de hoy. Existe la posibilidad de gastar el dinero inmediatamente dándoselo íntegramente a organizaciones benéficas, y algo de eso estamos haciendo ya. Sin embargo, también hemos creído que era importante usarlo para apoyar directamente a las personas más pobres. Alguien dijo una vez que lo que los pobres necesitan no son más programas sino más dinero. Es una sobresimplificación, pero hemos decidido destinar cierta cantidad a la gente pobre que conocemos (y hemos ido conociendo después de mis años como médico y los años en los que Marja trabajó como profesora).

El problema es que, si queremos ser nosotros mismos los responsables de dar el dinero directamente a los pobres, eso requiere un tiempo. Queremos asegurarnos de que el dinero se utiliza correctamente, así que sólo apoyamos a gente que conocemos personalmente. Y al no querer fomentar una nociva dependencia en aquellos a quienes ayudamos, el proceso es lento. Dar nuestro dinero directamente a los pobres (y las organizaciones que apoyan la paz y la justicia) corrige ligeramente las injusticias de nuestro país. La auténtica responsabilidad de corregir esta injusticia recae en nuestra sociedad mediante su gobierno, pero la sociedad ha optado por no hacerlo. Así que, dicho todo esto, no sentimos ningún reparo, siempre y cuando podamos hacerlo legalmente y con transparencia, en que el gobierno pague los gastos de una residencia de ancianos en el caso de que el ingreso se hiciera necesario.

En definitiva, tenemos que pensar cuál es la mejor manera de “deshacernos” de nuestro dinero y aquí es donde entra en juego el abogado. Hay otras muchas decisiones similares que deberíamos ir tomando con celeridad ya que las consecuencias financieras que se deriven de ellas serán enormes.