Comentarios / Añadir Comentario

David Hilfiker, Watching the Lights Go Out

El jueves fui hasta Filadelfia para hablar con mi hija Karin sobre mi enfermedad. Previamente, Marja le había mencionado algo acerca de nuestra preocupación sobre mi estado cognitivo, y al parecer, después Karin había hablado por teléfono con Laurel, así que a ella no iba a soltarle el notición tan de golpe como hice con Laurel y Kai. Fuimos a pasear, y más tarde tuve una breve charla con su marido Gabriel. Las conversaciones fueron sencillas, sin mucha emotividad evidente. Karin y Gabriel habían planeado pasar un año en la India mientras que Gabriel terminaba sus estudios de posgrado; después de nuestra conversación, Karin se planteó si sería adecuado seguir adelante con sus planes, pero yo deseo (y espero) que así sea.

Durante nuestro paseo vespertino, Marja me preguntó si me sentiría decepcionado en el caso de que el diagnóstico resultara erróneo. Creo que, dentro de su pasividad, había cierta agresividad en la pregunta. Ella quiere aferrarse a la posibilidad de que esto no sea alzhéimer y se ha  enfadado muchas veces cuando yo hablo dándolo por hecho. No puedo culparla, tal vez mi insistencia también haya sido una forma pasiva de agresión, una manera de mantener a raya toda la incertidumbre que provoca esta enfermedad.

Quizás mi mujer tenga razón, y si el diagnóstico fuera equivocado me costaría aceptarlo. He integrado el diagnóstico en la concepción que tengo de mí mismo como una realidad, y así, en cierto modo,  la vida me resulta más fácil. Me he sentido libre para poder olvidar toda la preocupación y la incertidumbre que me causaba mi forma de escribir. Me siento emocionado ante la perspectiva de comenzar una nueva etapa en mi vida, he empezado a revisar y vaciar mis archivos, o incluso he comenzado a regalar algunos de mis libros. Puedo salir de la rutina y dejar lo que estoy haciendo sin tener que preocuparme por encontrar otra cosa, esa otra cosa ya me ha elegido mí; todo esto hace que mi vida resulte más fácil.