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Rebecca Ley, The Guardian

Mi firma, extravagante y curvilínea, es exactamente igual que la de Papá. Como lo son mis tobillos débiles, mi pelo oscuro y los altibajos en mi humor, también la manía de no usar la ropa nueva durante meses, o años, por temor a estropearla, todo eso es suyo, igual que mi ineptitud para los deportes de equipo, mi aversión a las multitudes, y mi pasión por viajar al extranjero.

A medida que voy cumpliendo años, puedo ver que mi rostro cada vez se parece más al suyo. Las tres hermanas nos parecemos mucho más a él que a nuestra madre. Ahora, a veces, por las mañanas puedo ver la sombra de sus patas de gallo en el espejo preparadas para instalarse definitivamente en mi cara en poco años.

Su legado vive en mí, entretejido con tal finura que no soy capaz de decir dónde comienza y dónde acaba. Cuando era más joven, a menudo solía decirme, “Eres igualita que yo. Exactamente igual”.

A menudo, durante mi infancia, recurría a nuestro parecido para reconfortarme por algo que me hubiera salido mal (una actuación mediocre en la carrera del huevo en la cuchara, o tras una discusión con mi mejor amiga)  pero al mismo tiempo yo me sentía tremendamente agraviada por ello. Aun siendo una niña, sabía que Papá era temperamental y tímido, así que, aunque le adoraba, deseaba distanciarme todo lo posible de sus peores atributos.

Gracias a la despiadada suspicacia que da la juventud, podía detectar esa leve aura de ambición frustrada que tenía, esa sensación de que con las oportunidades adecuadas habría podido conseguir mucho más – y yo no quería nada de eso.

Además, como todos los niños, tenía el ardiente deseo de ser única. Yo no derivaba de nadie, a pesar de que todas las pruebas indicaran lo contrario. Sin embargo, es ahora cuando me he dado cuenta de que su empeño por destacar nuestras semejanzas era una expresión de amor, más que un acto de posesión. O tal vez fuera un poco de ambas, pero eso también es comprensible.

De hecho, muchas veces me sorprendo a misma haciendo lo mismo con mi propia hija, buscando en ella similitudes físicas y de carácter conmigo. Sin embargo, lamentablemente, mi hija también es digna hija de su padre, y todo el parecido que le he encontrado conmigo hasta el momento, son sus dedos largos y su tremenda impaciencia.

Es probable que todos los padres hagan lo mismo, y es casi seguro que cuando ven esa versión de ellos mismos en sus propios hijos su sensación sea tan aterradora como gratificante. Ver cómo llega al mundo una nueva versión de uno para cometer otra vez los mismos errores nunca es fácil.

Creo que Papá siempre ejerció excesiva presión porque me superara y para protegerme del mundo. Quería que todo me fuera bien para que pudiera conseguir aquello que ansiara.

Aunque ahora puedo comprender su intención, sigo pensando que estaba equivocado. No puedes mantener a tu hijo encerrado en una jaula de oro, no es así como funciona, y al final este comportamiento sólo conseguirá provocar resentimiento. Durante una etapa bastante larga de mi adolescencia, mi relación con él se vio afectada por este mismo motivo. Y es que me sentía tan agobiada por él, tan vigilada en cada movimiento, que por nada del mundo quería estar en la misma habitación que él durante mucho rato.

Tan pronto como pude, me propuse hacer todo lo estuviera en mis manos para dejar claras nuestras diferencias – cambié de ciudad, me fui a un lugar que nunca fue totalmente de su agrado pero que a mí me encantaba, y elegí hacer una carrera tan ajena a su mundo para que no le fuera posible ofrecerme ningún tipo de ayuda. Y además, disfrutaba gastando mi dinero en todas esas cosas que él consideraba lujos absurdos.

Después de un tiempo, dejó de señalar en nuestras semejanzas y sentí que por fin podía respirar tranquila. Me sentía libre, había conseguido ser yo misma.

Ahora que la tormenta se ha calmado, puedo ver no sólo el típico comportamiento que tuve durante mi adolescencia y principios de juventud, sino también cuánto le debo.

De hecho, ahora llevo muy bien nuestras similitudes. Al fin y al cabo no lo hizo tan mal y me siento orgullosa de ser su hija.