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Rebecca Ley, The Guardian

Sigo recibiendo correos electrónicos del contable de mi padre. Correos a los que contesto educadamente, mientras intento superar el pánico que me atenaza. Son acerca de la declaración de impuestos de Papá. El plazo que me dio el contable para reunir toda la información se ha pasado volando y aquí sigo, aún en ello.

Ahora voy con retraso, algo que odio, una cosa más que viene a sumarse a la paralizante mezcla de terror y sopor que ya siento. Lo sé, está chupado. Resulto patética. Sólo tengo que encontrar un par de horas y ponerme al tema. Pero he de reconocer que la apatía que siento por estos temas no parece estar ayudando mucho. Ya me agobié muchísimo haciendo mi propia declaración de la renta, y ahora, el tener que hacerme responsable de la de otra persona parece una broma de mal gusto. Especialmente la de alguien con varios bonos y dividendos que aun no tengo claro si hay que incluir. Ninguno de ellos rinde mucho, uno parece rentar unas cinco libras al año, pero eso no significa que tengan que ser contabilizados.

Luego están sus propiedades en alquiler, que además han tenido diversos grados de renovación en el último año fiscal. Sé que tengo los recibos por algún lado, sin duda guardados en el archivador del que tan orgullosa me siento (¡mira lo organizada que soy!), pero cada vez que me da por ponerme a buscarlos, aparece algo más urgente que hacer. Generalmente se trata de trabajo, que es una excusa lo suficientemente válida, pero la semana pasada me encontré organizando el cajón de los calcetines de mi hija con un fervor que no debería producir nunca el hecho de hacer la colada. Me detuve antes de ponerme a hacer lo mismo con el de mi marido, reconociéndome a mi misma que hacía aquellas actividades como escusa para dilatar el asunto.

A pesar de no avanzar en las gestiones y ponerme seria de una vez, he realizado algunos progresos. Ayer imprimí la lista de verificación fiscal que el contable me había enviado por correo electrónico. Todo parece tan razonable, tan plausible sobre el papel… Sí, no hay problema, puedo cumplimentarlo, es exactamente igual que el año pasado. Bah, es fácil, no hay ningún problema en absoluto. Pero… ¿qué significa esto? ¿y eso? Ah, sí, mejor aparco esto un momento y vuelvo con esto otro.

Creo que queda claro por qué el progreso va tan lento. Sin embargo, me gusta pensar que estoy gestionando estas cuestiones financieras, al menos, tal y como lo haría Papá. Y es que, a pesar de estar obsesionado con el ahorro, cuando comenzó a administrar sus finanzas, mi padre tuvo una racha un poco salvaje, que sólo ha salido a la luz a partir de su enfermedad.

Se trataba de un hombre que insistía en que los tomates del Lidl sabían más dulces porque eran baratos, alguien que nunca encendía aquella calefacción central que había instalado solo después de años de persuasión, y era él mismo el que cada día se preparaba, y después llevaba a su propio negocio, el sándwich que tomaba para el almuerzo.

Disfrutaba de la vida frugal, a duras penas se divertía y siempre estaba pensando en la posible llegada de las “vacas flacas”. Así pues, creo que todos teníamos asumido que era un autentico genio de las finanzas, lo que probablemente no dice mucho de los conocimientos que el resto de mi familia tenía con respecto a sus gestiones económicas. No obstante, he de reconocer que en aquel momento era una suposición reconfortante, que él mismo se había encargo de fomentar.

Por otro lado, no creo que ésta fuera toda la historia. Mi padre trabajó duro y ahorró dinero, pero nunca llevó el tema de sus inversiones y el papeleo requerido como nos había hecho creer. De hecho, estoy empezando a tener la sensación  de que él pudo haber sido un poco como yo, con un sinfín de listados, recibos y estados de cuentas aparcados, pendientes de estudio. Desde luego, la postdata de un correo electrónico que recibí hace poco de su sufrido contable, en la que me suplicaba que fuera a recoger las cajas de documentos que Papá había dejado en su oficina hacía más una década, así podría sugerirlo. Así pues, mientras que mi manera de enfrentarme a todo esto está indudablemente muy lejos de lo que el contable desearía, si pensamos que en realidad estoy actuando en representación de Papá, mi forma de gestión es probablemente lo más parecido a lo que él mismo haría.