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Rebecca Ley, The Guardian

Nunca es un buen momento para ser diagnosticado de demencia, pero en el caso de Papá resulto especialmente inconveniente, y es que cuando ocurrió este hecho estaba en medio su proceso de divorcio de mi madre. Metido hasta cuello en facturas de abogados y emocionalmente agotado, de la noche a la mañana se sintió completamente  incapaz de administrar sus propios asuntos.

Fue un divorcio con el que ambos habían amenazado durante años, sin embargo ninguno de nosotros pensó realmente que jamás pudiera pasar. Habían vivido separados durante más de una década pero aún así continuaban estrechamente vinculados a la vida del otro, y, a pesar de sus diferencias, se amaban. Creo que yo secretamente pensaba que envejecerían juntos en la casa que teníamos junto al mar, discutiendo pero enamorados hasta el agridulce final.

Esto no iba a ser así, y probablemente fue lo mejor que podía haber pasado. Sin embargo, la experiencia de tener repentinamente un papel activo en su ruptura matrimonial, como apoderada suya, fue un duro despertar a mis nuevas responsabilidades.

En ese momento yo era una novata en todos estos asuntos. No tenía bien organizado mi archivador con sus papeles, ni había establecido los pagos directos de sus facturas, ni estaba acostumbrada a representarle. Y lo que es peor, aun no había aceptado la idea de que estaba tan mal, y de que iba a empeorar.

Todo aquello me producía una desagradable sensación de obligada madurez, y me hacía esperar un rayo de luz, un respiro que de alguna manera viniera a decir que esto no me estaba pasando a mí. Pero no llegó nunca. El divorcio y la enfermedad de Papá eran mi nueva realidad – y la de mis hermanas – y juntas debíamos hacernos a la idea.

Además de lo incómoda que me sentía, estaba enfadada. ¿Por qué tenía yo que ocuparme de su desorden? Poco me importaba que Papá estuviera enfermo, ¿cómo se había atrevido a ponerme en esta posición?

Yo parecía una adolescente mimada, echando chispas con justa indignación y despotricando contra toda aquella injusticia. Después de todo, no hay nada como que tus padres se separen para hacerte sentir como una niña pequeña.

No obstante, no tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta de que estaba siendo injusta. Mis padres no habían elegido que las cosas fueran mal entre ellos. Papá no había decidido perder la cabeza. Así pues, yo iba a tener que empezar a devolver de esta manera todo el amor y las atenciones que ambos me habían dado desde que el momento de mi nacimiento.

Finalmente, junto al abogado encargado de llevar el proceso de divorcio de Papá, un hombre al que no había visto en mi vida, decidí tomar las riendas de la situación. Las cosas estaban relativamente avanzadas y se acordó por todas las partes que lo mejor sería llegar a un acuerdo. Sin embargo resultó que, como habíamos sospechado, Papá había estado desconectado del tema, tal vez durante meses. Las reuniones habían sido había sido en balde y montones de cartas importantes se habían quedado sin abrir. Para un hombre relacionado con las costosas acciones legales, fue terrible enterarse de estos detalles.

La cuestión es que ni yo misma tenía muy claro si comprendía bien todo esto. Sus posesiones y cuentas, acumuladas durante más de 30 años de vida en común, me parecían un rompecabezas.

Los abogados, de ambas partes, no resultaron de mucha ayuda. Sé que las situaciones familiares complicadas deben de ser muy difíciles de entender, pero aun así resulta impactante que no fueran capaces de hacer sugerencias sensatas de cómo resolver las cosas o mostrar alguna sensibilidad ante la situación familiar.

Al final, en ausencia de un apoyo real por parte de los profesionales, fue mi madre la que vino al rescate con un plan de acuerdo propuesto por ella misma.

El día de la vista llegó y mi hermana, que vive en Cornwall, valientemente se pasó a recoger  a Papá para que asistiera al juzgado. El acuerdo se aprobó sin que Papá llegara a ser plenamente consciente de la dimensión del asunto, quizá esto fuera lo mejor ya que siempre amó a Mamá, y creo que ser verdaderamente consciente de que su matrimonio se había terminado podría haber destrozado su corazón.