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Rebecca LeyThe Guardian

Papá tiene un diente mal. Es uno de los incisivos de la mandíbula inferior y está podrido. Al menos eso es lo que creen; y es que cuando el dentista que visita su residencia intentó mirarle, Papá se negó a cooperar y se puso agresivo. Realmente no me sorprende. De todas las innumerables interacciones sociales que realizamos regularmente, dejar que alguien te urge la boca es una de las más antinaturales. Incluso sin demencia, se necesita una enérgica voz interior que nos diga que es por nuestro propio bien, para hacer que la mayoría de nosotros nos sentemos en la silla del dentista.

Papá no puede razonar de esta manera, así que no sorprende que tuviera una pataleta. Finalmente, el dentista recomendó que se le sacara el diente, pero no en su consulta, en el hospital y bajo anestesia general.

Una de las enfermeras de la residencia me telefoneó para decírmelo y para preguntarme cuál era la opinión de la familia al respecto.

No es una decisión fácil de tomar. Para el resto de nosotros, la extracción de un diente picado puede parecer un inconveniente necesario, pero para alguien con demencia, los pros y contras tienen que sopesarse muchísimo más.

Obviamente no queremos que Papá esté sufriendo un dolor innecesario, pero la cuestión de si debe de dejar la familiaridad de su residencia para someter su frágil cuerpo a un asalto de semejante magnitud es difícil de responder.

Hasta ahora hemos tratado desesperadamente de evitar cualquier ingreso hospitalario. Incluso después de su reciente microinfarto cerebrovascular, cuando ya no podía comer bien, seguíamos dispuestos a que siguiera en lo que ahora se ha convertido en su hogar.

Sin embargo, hay pocas agonías peores que el dolor de muelas – y ¿cómo podemos saber la intensidad si él no nos lo puede decir?

Éste es un dilema al que se enfrentarán muchas familias. Los cuidados bucodentales para las personas con demencia no resultan nada fáciles. En las primeras etapas, cuando todavía hay una cierta independencia, todo lo que hay que hacer es recordar a tu familiar que se cepille los dientes. O intentar que dejen de cepillárselos 10 veces al día si se olvidan de que ya lo han hecho.

Sin embargo, a medida que avanza la enfermedad surge el problema de no poder comunicarse con la persona sobre el nivel de dolor que siente, teniendo que tomar así, en su nombre, la mejor decisión posible.

La salud oral es una responsabilidad personal, y tan fundamental…; incluso se ha sugerido que podría ayudar a evitar la demencia en primera instancia. El año pasado, un estudio reveló que las personas que mantienen sus dientes sanos, cepillándolos regularmente, pueden tener un menor riesgo de padecer demencia más adelante a lo largo de su vida. Aunque en ningún momento queda claro si la asociación es porque las personas que desarrollan la enfermedad ya muestran signos de cuidar peor de sí mismos, en lugar de ser una causa y efecto directa. Pero sin duda da que pensar.

Papá ha tenido problemas con los dientes toda su vida. Después de perder los de arriba en un accidente cuando era niño, tuvo que usar dentadura postiza. Él era extremadamente pudoroso con este tema, y sólo se los quitaba al final del día, cuando ya el resto de nosotros estábamos metidos en la cama.

De hecho, nunca le había visto sin ellos hasta hace poco, cuando sus cuidadores decidieron que la batalla para ponérselos ya no merecía la pena. Sus mejillas hundidas y la sonrisa gingival me siguen resultando impactantes. Por el momento, hemos decidido no sacarle el diente. El personal del centro ha considerado que la medicación para los dolores que ya está tomando probablemente hace que el dolor de muelas sea tolerable, y le están dando de comer con una cuchara de plástico para reducir las molestias. Sólo espero que tengan razón, porque después de todo Papá no nos lo puede decir.