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Rebecca Ley, The Guardian

La semana pasada se llevó a cabo una reunión en la residencia de Papá para “velar por sus intereses”. Esta era la tercera sesión de este tipo que se ha realizado en los últimos años en los momentos clave de su deterioro.

Cualquier persona que tenga un familiar en una situación similar estará familiarizada con estas reuniones, que se establecen para tratar asuntos específicos relativos a aquellos que tienen las capacidades mentales mermadas. ¿Se debe trasladar a la persona a casa? ¿Se le debe someter a una intervención médica concreta? ¿Se le debería asignar una subvención?

La primera reunión de este tipo fue hace varios veranos, justo cuando quedó claro que algo iba mal, pero antes del diagnóstico definitivo. A pesar de su comportamiento errático, técnicamente todavía se le consideraba capaz, y sólo se organizó la reunión después de nuestras insistentes solicitudes de ayuda a las autoridades. En ella estaban presentes un trabajador social que no habíamos visto nunca antes, la enfermera psiquiátrica de la comunidad (ESC) que “había estado vigilando” a Papá, a pesar de la ambigüedad sobre su estado, y varios miembros de la familia.

Por aquel entonces, todavía vivía independiente, dando vueltas en su pequeño coche rojo y empeorando a pasos agigantados. Así pues, la reunión fue una medida de emergencia para determinar qué podría hacerse - si se podía hacer algo- mientras se decidía si estaba en plena posesión de sus capacidades.

Él no estaba invitado a la reunión, y recuerdo que esa fue una de las cosas que me resultó más rara. Desde entonces, ya me he acostumbrado a hablar de Papá sin que esté presente, pero esa era la primera vez. Discutiendo en un edificio del Ayuntamiento dentro de una sala asfixiante, con el sonido del enfriador de agua burbujeando de fondo, y dejando constancia en acta, pudimos al fin hacer oficiales nuestras preocupaciones.

Realmente no resultó nada útil. Ninguno de los profesionales involucrados parecía tener idea alguna sobre qué hacer con ese bala perdida, totalmente incapacitado, que se estaba rompiendo delante de sus propios ojos. La descripción que hicieron de él en el informe posterior no tenían ningún parecido con el Padre que yo conocía, incluso en su estado alterado. Y la decisión que tomamos poco después, de trasladar a Papá a un lugar más adecuado en el que dispusiera de las mejores atenciones, fue solo y exclusivamente de la familia.

La segunda reunión para “velar por sus intereses” tuvo lugar hace un año, poco después de que entrara en la residencia. En esta ocasión fue para decidir si debería quedarse allí, y para determinar si era un posible candidato para la financiación sanitaria continua, lo que significaría que sería el Sistema Nacional de Salud del Reino Unido el que  pagaría por ello.

Esta vez fue mucho más formal aún – con su ESC, el gerente de la residencia, otro trabajador social sin rostro y una enfermera sentados alrededor de una mesa en el ático de la residencia gótica Victoriana de Papá. Dio la casualidad de que se programó justo el día de mi cumpleaños, así que, autocompadeciéndome, bajé desde Londres el día anterior  para poder asistir. Esta vez la reunión fue más fructífera, probablemente porque no había ninguna ambigüedad acerca de lo enfermo que estaba, y, como hacía ya mucho tiempo que había sido considerado incapaz, era posible tomar decisiones en su nombre. Finalmente, se acordó que era candidato para los cuidados continuados y que se quedaría donde estaba por tiempo indefinido.

La reunión de la semana pasada fue incluso más sencilla. Tanto así que, puesto que yo ya había estado viendo a Papá durante la Semana Santa, ni tan siquiera requirió que fuera esta vez, dejando a mi madre en representación de todos nosotros. A medida que avanza su enfermedad, menos son las dudas que surgen sobre cómo manejar la situación, aunque todavía queda un largo formulario por rellenar para constatar que Papá está en el mejor lugar posible para cubrir sus necesidades y que sigue cumpliendo las condiciones requeridas para beneficiarse de los fondos que recibe – un montón de casillas, que hay que marcar en un intento de ratificar la incomprensible fusión de una mente.