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El día que mi padre intentó comer la sopa con el tenedor, comenzó a cambiar nuestras vidas. En realidad este proceso empezó mucho antes, pero no fuimos conscientes hasta ese día.

Después vendrían los diagnósticos, no demasiado claros, en ocasiones era una Demencia con Cuerpos de Lewy, otras veces, una Demencia Frontotemporal. Estas denominaciones, sólo son nombres, para nosotros la traducción eran los síntomas, estos si eran importantes. La rigidez, la lentitud, los problemas del habla, la incapacidad de abrochar un botón o sacar una pastilla de su blíster. Todos ellos y muchos más iban apareciendo en nuestras vidas, y con ellos, las emociones que nos despertaban: estupor, asombro, incredulidad. Según se hacían más evidentes y se añadían otros, sentíamos temor, tristeza, desesperación...

Hace años que recorremos este camino áspero e imprevisible que por momentos se torna intransitable, que nos lleva a la risa o el llanto con la misma intensidad, sin dar  tregua. A veces se te cae el mundo encima, a veces la risa se impone, ante situaciones tan cómicas e hilarantes, que no tienes más remedio que reírte.

Es sorprendente, lo rápido que aprendemos los cuidadores, casi con la misma rapidez que los enfermos olvidan. Me parece mentira conocer todas sus obsesiones, sus manías, sus necesidades o sus gustos.

De tantos prospectos leídos y tantos medicamentos administrados, acabas teniendo un “Máster en Farmacia”.

A medida que mi padre va perdiendo conciencia, yo tengo que aumentar la mía, si pierde habilidades, yo las sustituyo, soy su voluntad, decido por él y me anticipo a sus necesidades. El camino es pedregoso, la mochila muy pesada. En ello estamos...

Abril 2014