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Mis padres son niños de la guerra, mi padre tenía 12 años y mi madre 5 cuando empezó la guerra. Ambos son madrileños y la guerra en Madrid fue durísima. Han sobrevivido a la guerra, al hambre, al frío, al miedo, a la desnutrición. 
 
Tuvieron pérdidas importantes, padre, hermanos, tíos, primos. Por el hecho de vivir en Madrid fueron considerados perdedores de esa guerra y sobrevivieron a una larguísima, penosa y dura posguerra. Su educación y escolarización se redujeron considerablemente dadas las circunstancias.
 
A pesar de las dificultades, en plena posguerra, con una férrea dictadura, en años de hambre, aún tenían cartillas de racionamiento, fueron capaces de casarse y crear una familia. Esta capacidad de supervivencia hace que sean personas fuertes, resistentes. Hoy se enfrentan a su enfermedad con la misma fuerza, aunque han olvidado su pasado, su vida.
 
Gracias a todo lo que nos han contado, sabemos bastante de sus experiencias y estas sobrevivirán en nosotros. Ahora sus hijos, sus nietas y su bisnieto somos los depositarios de ese legado enriquecedor que ellos han olvidado.
 
Todas estas vicisitudes, hicieron de ellos personas sensatas, alegres, austeras, valoraban y apreciaban cuanto tenían sin mayores ambiciones. Sabían hacer frente a las dificultades con los pocos medios que tenían.
 
Lástima que hoy, en su vejez, con las fuerzas mermadas tengan que enfrentarse a esta dolorosa enfermedad, esta plaga del S.XXI que son las demencias y el Alzheimer.
 
Nosotros solo aspiramos a acompañarlos, a que este camino sea lo más llevadero posible, a aliviar los síntomas y guardar todo cuanto han olvidado.
 
OCTUBRE 2014