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En uno de los anteriores post, mi tía hablaba de las repetidas caídas que había venido sufriendo mi abuelo, y de las devastadoras medidas que había recomendado (casi impuesto) el médico.

Silla de ruedas, barrera en la cama, pañales… cuando oí hablar de todo eso se me revolvieron las tripas, lloré tanto… Todas estas medidas coercitivas y de inmovilización alteraban mis nervios de tal manera que creía que la cabeza me iba a estallar. Miles de sensaciones se agolpaban en mi mente, ¡no podía ser! limitarle de aquella manera me parecía intolerable ¡INHUMANO!

Prácticamente todo el mundo sabe que hoy en día, a nivel medico, existen las órdenes de no reanimación y otras medidas parecidas, mediante las cuales, el propio paciente, en plena posesión de sus capacidades, puede dejar un documento en el que exprese qué quieren que hagan con él en el caso de concurrir ciertas circunstancias y ya no pueda manifestar su opinión al respecto. Pero, ¿qué ocurre con las demencias? enfermos ya no podemos decidir, y es por eso que toda la responsabilidad recae sobre los familiares, una responsabilidad tremenda que nunca encuentra una decisión acertada sea cual sea la determinación final.

Pensando en mí misma, siempre he tenido claro que jamás querría que, en pro de mi seguridad o mi salud física, me anularan; la vida siendo NADA no es vida, preferiría partirme la cadera o abrirme la cabeza, a ser una planta, un mueble…

Bien, pues en esos días mantuve una conversación sobre este mismo tema con mi hermana, grité, protesté… no estaba enfadada con la familia (¡por supuesto!) pero la situación me parecía terrible. No podía dejar de repetirle que aquello no era vida, que a mí no me gustaría que me hicieran eso, que anular lo que queda de la persona en aras de su seguridad no era humano. Y así, en lo más álgido de mi discurso, le pregunté directamente: “¿y a ti? ¿a ti te gustaría que te hicieran eso?”, ella calló unos segundos y después me dijo: “la verdad María, es que lo que a me gustaría es que mi familia no sufriera por mí”. Me quedé helada, tenía razón, al fin y al cabo mi pensamiento estaba siendo absolutamente egoísta, en ese momento me vino a la cabeza la preocupación y el dolor con el que mi tía y mi hermana viven cada uno de los episodios de caídas de mi abuelo, cómo les sobrecoge verle temblar asustado y quejándose del dolor…

Y dicho todo esto, al final no soy capaz de tener nada claro ¿debería existir algún documento con validez legal mediante el cual, en plena posesión de nuestras capacidades mentales, podamos dejar estipulado cómo queremos ser tratados cuando la demencia nos impida manifestar nuestra voluntad? Como ya comenté antes, siempre he sido partidaria de este tipo de medidas (ya que aliviarían la culpa de la familia al no verse forzada a tener que elegir por nosotros), pero… ¿es justo que obliguemos a los que nos quieren a vernos sufrir ese dolor físico mientras aguantan estoicamente nuestros lamentos? No sé… ¡es todo tan difícil!

María