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Mi nombre es Antonia Morán Rodríguez. Soy hija y nieta de Enfermos de Alzheimer. A mi abuelo no llegué a conocerle, pero cuidé de mi padre seis años.

La primera vez que escuché la palabra “Alzheimer” sería en la televisión. Te detienes porque suena un poco…”raro “. Pero bueno, es algo relacionado con olvidos, las neuronas no funcionan bien, etc. No se le presta atención ni importancia. Excepto si alguien cercano a ti lo padece.

Mi padre comenzó diciendo que él lo padecía. En mil novecientos noventa y nueve. No sé donde he dejado esto, no fui a tal sitio, no compré lo otro… Mi madre y yo le quitábamos importancia, porque ¿quién no ha tenido pequeños olvidos?

Fue a su médico de cabecera. Le realizaron test, analíticas y más pruebas de diagnóstico. También padecía hernias discales, nos derivaron al neurólogo. De las hernias le operaron en Salamanca y ahí el Alzheimer comenzó a manifestarse.  Confundía el hospital con un hotel, se arrancaba la sonda, etc.

Al volver a casa después de la operación, al entrar en el salón, que era su mundo; sonrió y dijo: “Esto me suena. Yo he estado aquí antes”. “Mis libros, estos son mis libros”. A él le gustaba mucho leer y tiene una librería repleta de libros. Se puso muy contento y se emocionó. Los días fueron pasando, pero se negaba a salir a la calle. Es un primer piso y para subir y bajar lo pasábamos mal, porque tuvo  poliomielitis de pequeño y una pierna no la podía doblar y no tenemos ascensor. Él por casa se defendía y a su ritmo deambulaba por ella. Se afeitaba él sólo, se lavaba los dientes, se peinaba y se vestía bien. Bueno, todo parecía que iba cobrando normalidad. Tenía algún ratito de cambios de humor, pero eso nos ha pasado a todos, el problema es que cuando se enfadaba quería marcharse de casa. Solución, dar dos vueltas de llave para que quedase bien cerrada la puerta. El cerrojo del cuarto de baño se quitó, así no tendríamos peligro  de que quedase  encerrado dentro. Alfombras y obstáculos también se quitaron.

Los cambios de humor fueron siendo más frecuentes. Se alteraba con más intensidad. Se enfadaba por las cosas más tontas y el volumen de su voz aumentaba. Tanto mi madre como yo, algunas veces no sabíamos ni que hacer. Si le hablabas, mal, si no le hablabas, peor. Las cosas que te funcionaban hoy para calmarlo, dentro de un rato o mañana, ya no daban el efecto deseado. Un sin vivir diario. Por supuesto que tomaba la medicación prescrita por los médicos, pero mientras hace efecto… Qué mal se pasa.

Lo bueno que tuvo es que siempre tuvo  ganas de comer. Confundía la cuchara con el tenedor, se quitaba los baberos, etc. Eso sí, una cosa que nos llamó la atención, era que se atragantaba cuando comía arroz. Qué curioso, ¿no? Después de comer veía la televisión y puede que alguna cabezada también. Volvía a leer y ojear la prensa, que era diaria. Hacía crucigramas, que le encantaba, era listo como él sólo, (con el tiempo también lo fue perdiendo y su letra perfecta, dejó de serlo). Jugábamos al dominó, a las cartas con mi madre y al parchís. Todo iba bien si ganaba, pero como era mal perdedor… dejaba de jugar si perdía. En ocasiones le ponía un Dvd de Semana Santa de Zamora, Canciones para después de una guerra (de una colección del País), le encantaba tararear y sobre todo silbar. El día que se levantaba y no silbaba… malo. Recordaba lugares de Zamora, La Catedral, Plaza Mayor, el Puente de Piedra, etc. Cuántas veces llegó a verlos, pero otras tantas, se levantaba del sillón y apagaba la televisión. Ah, y partidos del Real Madrid grabados en vídeo.

Travis, mi precioso “cachorrito” (que hoy tiene doce años) aprovechaba cualquier ocasión para jugar con mi padre. Se le caía una mano por el sillón donde estaba sentado y Travis le acercaba una pelota para que mi padre la lanzase como podía. Travis se la devolvía una y otra vez, hasta que mi padre se cansaba. Perdón, pero no puedo olvidar a Travis… forma parte de la familia. Cuántas veces nos ayudaba a despertar a mi padre con sus caricias y jugueteos.

Las noches eran normales, hasta que dejaron de serlo. Hubo un tiempo que antes de amanecer él ya estaba en el cuarto de baño a ducharse y afeitarse. No necesitaba ayuda, se defendía y luego volvía a la cama con mi madre. Pero él se quedaba a gusto. Empezó a confundir también las prendas de vestir.

En mayo del dos mil seis fue hospitalizado. Riñones e hígado empezaron a dar problemas. Pensábamos que llegaba su fin. Remontó. Nadie lo creía, ni los propios médicos. Después de estar casi un mes hospitalizado, le dieron el alta y parecía un pajarito, delgadito, pero alegre. Nos recetaron batidos prebióticos y volvió a recuperar peso. Ya no andaba y hablaba poco. Algunas veces le notabas la mirada perdida, ausente; pero en otras ocasiones sus ojos todavía tenían luz. Al no poder caminar, entre mi madre y yo, le llevábamos como podíamos de la habitación al sillón del comedor y viceversa. Mi madre, la mujer, con ochenta años, como podía le agarraba por las piernas y yo por las axilas y así íbamos de un lado a otro. Pero lo conseguíamos. Aquí ya era dependiente. Dejó de ser mi padre, se convirtió en mi hijo. “Mi niño grande”. Hice un trato con él. Después de cenar, cambiarle pañales y en sí asearle; cuando le daba las buenas noches, yo le pediría besos y siempre, siempre yo le devolvería uno más. Él siempre saldría ganando y así fue. Hablaba poco, pero entendía y como podía me decía “Hasta mañana” o le pedía que guiñara un ojo y lo hacía. Los días en que estaba un poco revuelto me guiñaba el ojo por imitación, lo sé.

El dieciséis de diciembre, día de su cumpleaños, tuvimos que llamar a urgencias. Llevaba unos días con antibiótico, pero no le hacía nada. El regalo que le dieron fue que sus pulmones se estaban encharcando. Neumonía. Volvió a ser hospitalizado. Mis hermanas vinieron porque viven fuera de Zamora y al ser tres, cada una hizo un turno. Mi turno fueron las noches. Todas, todas las noches mi padre tuvo mi mano izquierda sobre su derecha. Acercaba mi sillón a su cama y así los dos, sintiendo el calor de nuestras manos, amanecíamos.

El día treinta y uno de diciembre del dos mil seis mi padre falleció a mi lado. Eran las nueve y cuarto de la noche. En menos de diez segundos, mi padre me regaló su último suspiro. El mejor regalo que me pudo hacer. Abrazados, sintiendo el calor de nuestros cuerpos y al incorporarme ver  sus ojos sin luz. Una leve sonrisa en sus labios y todo mi amor con él. Lo estoy recordando y, aunque fue hace casi siete años, me emociono y vuelvo a llorar.

Su vida se apagó y mi vida también. El dolor y duelo es inmenso. ¿Cómo se aprende a vivir sin él? Tiempo. El tiempo va curando todo.  También aprendí que realmente mi padre no fue dependiente. La dependiente… “Fui  yo” ¿Qué haces después? ¿Cómo comienzas un nuevo día? ¿En qué ocupas el tiempo?

Hace un mes terminé el curso Atención Especializada para enfermos de Alzheimer.

Hoy soy VOLUNTARIA en la ASOCIACION DE FAMILIARES Y AMIGOS DE ENFERMOS DE ALZHEIMER Y OTRAS DEMENCIAS DE ZAMORA.

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Ahora, ser voluntaria me llena: el sentirme útil y el deber cumplido. Entregar un ratito de mi tiempo para que lo reciban personas que te dan más de lo que uno ofrece. Se aprende a valorar una caricia, una sonrisa, un beso, un gesto.

Quiero compartir algo tan sencillo como una excursión con un grupo de usuarios. Fue una mañana de verano. Les llevamos a conocer el Puente de los poetas en nuestra ciudad. La alegría de todos se sintió desde el principio, también algo de nerviosismo.

Ilusionados partimos hasta el lugar, al bajar del mini-bus sentimos una leve brisa que a ratos era más fuere, llegaba a despeinarnos y con risas sujetábamos gomas y sombreros antes de se volasen.

Estando en el puente les preguntábamos que río pasa por allí, qué monumentos se ven, etc.

Entre todos recordamos con alegría infinidad de historias. Realizaron fotos eligiendo un fondo y apoyados por los monitores hicieron varias entre carcajadas les animábamos el resto gritando ‘¡PATATA!’

Antes de volver al centro tomamos un refresco en el chiringuito cercano acompañados de tertulia y de canciones conocidas. Qué poco cuesta disfrutar el presente. Días más tarde se realizó un concurso de fotografía y se expusieron las fotos de los tres finalistas, ¡qué guapos quedaron todos!

¿Por qué nos costará tanto expresarlo algunas veces si es lo único en el mundo que no cuesta dinero?

Hay que conocer sus limitaciones y evolución. Si nos enfadamos con alguien… que sea con la enfermedad, no con el enfermo.

Hay que pedir ayuda a quien y donde sea, familiares, amigos y sobre todo a los profesionales. El hablar con ellos es una buenísima terapia y sobre todo nos orientan para ir poco a poco conociendo tantísimas cosas que conlleva la enfermedad.

Y ¿quién cuida al cuidador? Siempre hay un cuidador principal, el que lleva las riendas, el que cree que como él no lo va a entender ni cuidar nadie. No dudo de su dedicación, pero como nadie le de un relevo… el cuidador cae enfermo. Es lo peor que puede pasar.

He contado a grandes rasgos mi experiencia y no he querido dar importancia a los malísimos ratos que se llegan a pasar, que son muchos.

Cada uno de nosotros lo sabemos. Sabemos en el fondo qué nos hace fuertes.

Y otra cosa: QUE LO VOLVERÍAMOS HA HACER.

Quiero dar las GRACIAS a toda persona que lo lea. Ha sido gratificante para mí poder escribirlo. Por ahora lo recuerdo, como si fuese ayer. Tengo muchas papeletas para ser “yo” una persona que llegue a padecer ALZHEIMER. Vivo un presente y ¿Quién sabe? Puede que lo que he escrito hoy, me sirva algún día para volverlo a leer, recordar parte de mi vida. “REMINISCENCIA”. Y si no puedo, seguro que aparece  alguien que ponga voz a mis palabras, y forme parte de…” MI BANCO DE RECUERDOS”.

No puedo olvidarme de mi MADRE, UNA PEQUEÑA Y GRAN MUJER… Sin ELLA no lo hubiésemos conseguido. Yo siempre le decía: “TINA, FORMAMOS UN GRAN  EQUIPO” Pasaron tres años y diez días, desde la muerte de mi padre, cuando ella falleció.

GRACIAS A TODOS.

Antonia Morán Rodríguez.

Dedicado a mis padres Juan Morán Rojo y Valentina Rodríguez Pellitero.

“Gracias por darme vida en mi vida.”

¡MUCHAS GRACIAS ANTONIA POR TU PARTICIPACIÓN!

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