Comentarios / Añadir Comentario

Merche CardonaTrabajadora social, miembro de AFEDAZ (Asociación de Familiares de Alzheimer de Zaragoza) y autora del blog La sonrisa vacía

El otro día un comentario de una persona cercana a mí, suscitó mi curiosidad. Se refería a un familiar suyo con Alzheimer en fase muy avanzada, y contaba con orgullo el buen aspecto y lo atractivo que era hace unos años, aun cuando ya el diagnóstico era un hecho consumado y visible. A la misma vez que pensaba sobre la repercusión de ese comentario en mi experiencia personal, conocí a alguien en la sala del centro de día que deambulaba aparentemente con rumbo fijo.

Iba vestido elegante y sobrio. Tenía buena planta y en él se reconocía a una persona con buenos modales y de procedencia acomodada .Todas las prendas que llevaba eran de marca y su porte y forma de caminar hacían pensar que era un familiar de algún enfermo que había ido a realizar una visita. Tras cruzarme con él en 3 ocasiones, le seguí con la mirada para ver a dónde se dirigía ya que lo había visto pasar por el mismo sitio al menos 2 veces, e intuí que podía haberse perdido buscando a su allegado. Cuando llegó al final de la habitación volvió de nuevo sobre sus pasos y recorrió exactamente de la misma forma que la vez anterior la habitación como si fuera la primera vez que entraba en ella. Una sacudida mental me invadió y vi clara la situación.

La persona que yo estaba viendo tenía un envoltorio, sin embargo su interior era otro muy diferente que no correspondía con su apariencia. Era un enfermo de Alzheimer en fase intermedia-avanzada. Una vez que pasó de nuevo por mi lado, le saludé y enseguida vi que, al ver y oír que me dirigía hacia él, se asomaba de sus ojos una mirada perdida fácilmente reconocible. Maldije la enfermedad que se esconde agazapada disfrazada de normalidad, porque es la más cruel. A veces el Alzheimer no da la cara físicamente hablando hasta muy tarde.

Esas veces (que son en porcentaje minoritarias), es cuando más descarnada resulta la verdad. Es una verdad disfrazada de normalidad, puedes caminar al lado de tu esposo/a por la calle, y todo el mundo ve el exterior de la escena, es decir, el envase en el que está contenida, pero en realidad sólo tú sabes que no es tu esposo/a el que va a tu lado caminando sino otra persona con su mismo envoltorio. Por eso, el envoltorio, aquí, como en la vida real, no es lo que cuenta.