La verdad es que en principio me eligió ella a mí. No tenía muy claro a lo que quería dedicarme y el ciclo se cruzó en mi camino. Después la he elegido yo. Podría haberme dedicado a otra cosa y esto dejarlo como un estudio más en mi currículum, pero esto me llena mucho.
Porque creo que es el que más compensa emocionalmente. Los mayores dan todo el cariño que han ido acumulando durante años y son muy agradecidos. Al final ellos solo quieren un trato digno y mucho cariño en la última fase de su vida.
Lo mejor: El cariño recibido por los ancianos y la satisfacción personal que produce saber que estás ayudando a personas que lo necesitan.
Lo peor: Ver la degeneración progresiva de personas a las que les tienes cariño. Y que muchas veces eres injustamente tratado y sin opción a réplica.
El día que una residente, monja, me dijo que yo era la mejor persona que había en la empresa y que todas las noches rezaba por mí. Aunque yo no soy creyente aquello me emocionó mucho y se me saltaron las lágrimas.
Por parte de mis amigos sí. Pero para el resto no dejas de ser una persona que se dedica a asear a los mayores y que no entiende por qué te dedicas a ello.
Tendría que pensárselo mucho. Para mí es un trabajo muy satisfactorio pero es muy complicado. Es una profesión totalmente vocacional. No todo el mundo sirve para ello.
Sin duda continuaría con el sector sanitario. Pero sabiendo lo que ahora sé y, habiendo hecho caso a mis padres cuando era pequeño, estudiaría mucho y me dedicaría a la medicina. Hay muchas cosas por aprender, el cuerpo humano es fascinante y yo tengo muchas ganas de conocer cada día más.
Poder hacer feliz a la gente.
Hacer mi trabajo de la manera que me enseñaron cuando estudiaba y no deprisa y corriendo sin el tiempo suficiente para dedicar a cada persona.
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