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La calle está abarrotada, y la lluvia como un visillo suave, cubre el espacio haciendo más tenue la luz del anochecer. No sé pasear, camino acelerada abriéndome paso entre la gente hasta chocar con unos ojos. Son los ojos de una mujer pequeña, delgada que permanece inmóvil al lado del semáforo en la esquina con la avenida. Lleva puesto un abrigo mal abrochado, dejando entrever en la parte superior un camisón. Con otro vistazo observo un zapato de tacón en el pie derecho y una zapatilla en el pie izquierdo. El agua resbala por las  arrugas de su cara y sus manos cuelgan de la nada. Parece que su interruptor interno se ha desconectado y espera el impulso que ponga en marcha de nuevo su engranaje. Me aproximo y le pregunto: ¿Se encuentra bien, señora?

 
Está hablando bajito, suplica:
 
- ¡Virgen Santa, Madre de Dios!... otra crecida del río…. qué desgracia…. ¡Santa María! las ovejas andan sueltas…. qué desgracia esos tablones… tanta agua…se va a desbordar ¡Todopoderoso! qué desgracia, qué desgracia… 
 
Un joven se acerca a ella acezando:
 
- Abuela, abuela, vaya susto me has dado.
 
La mujer sigue ausente, le mira y reclama con angustia:
 
- Miguel, qué bien que has llegado, cierra el portón que no entre el agua.
 
El joven, con paciencia, le limpia la cara a la vez que susurra:
 
- Abuela soy yo, Carlos tu nieto vamos o cogerás un buen catarro.
 
Me da las gracias. Respondo: 
 
-Está desorientada
 
Él hace un gesto de asentimiento al tiempo que con tono de desesperanza en el habla comenta:
 
-El Alzheimer, ya no podía estar sola en el pueblo y al llegar aquí ha empeorado.
 
Abraza con cariño a su abuela y tira de ella. 
 
Retomo el camino y mis pensamientos. “Alzheimer”, un nombre extranjero que enseguida ha pasado a ser conocido por todos. Cualquier persona hoy en día o tiene un familiar, o tiene un conocido, o un vecino, o vió en la tele, o le hablaron de alguien que padece Alzheimer. En mi caso, la demencia es el centro en torno al cual gravita parte de mi trabajo, soy geriatra. Y me pregunto si tiene la gente el mismo conocimiento de la Geriatría que tiene de las demencias. Los Geriatras somos médicos especialistas que cuidamos de los ancianos. Nos ocupamos de su salud, de diagnosticar, tratar sus enfermedades y rehabilitarlos. Nuestro objetivo es prevenir y superar la pérdida de su autonomía, facilitar que las personas mayores sean más independientes.
 
¿Se necesita una especialidad para cuidar a los ancianos? Por supuesto que sí. Marjorie Warren, en Inglaterra por el año 1930, lo vio muy claro, tuvo la intuición-anticipación y además la sensibilidad suficientes para detectar primero que había pacientes ancianos rechazados de programas de tratamiento médico y rehabilitador y demandar después, un cambio de actitud en la asistencia que contemplara los distintos procesos rehabilitables que sufrían estos pacientes. Con ella empezó la andadura de la Geriatría, hoy ochenta años después parece anacrónico que tengamos que seguir alzando la voz para que se reconozca el beneficio de esta especialidad y la necesidad de más geriatras y servicios de Geriatría que atiendan a este grupo de población cada vez más numeroso en nuestra sociedad y cada vez más necesitado de recursos socio-sanitarios.
 
El principal problema de nuestros ANCIANOS es que viven, enferman y mueren en SOLEDAD. Para los que no han llegado a esta edad es “Ley de vida”, para mí es una injusticia social y creo que merece la pena trabajar por ellos, aunque tu recompensa, “sólo” sea una de sus sonrisas.
 
 
Aurora Martín Colmenero
Geriatra
Centro de Referencia Estatal de atención a personas con enfermedad de Alzheimer y otras demencias. IMSERSO. 
 
 
      
 

 

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