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Hoy me toca presentarme a mí, soy Ana, la verdad es que se me hace muy raro presentarme, porque ya me siento parte de esto desde que mi familia empezó a ser, día tras día, protagonista de su propia historia. Tengo 32 años y como ya sabéis, soy la sobrina de Carmen, también soy la nieta pequeña de Antonio y María, y por supuesto también soy la hermana de María. Es lo que tiene la familia, siempre eres algo de alguien…  Ah, y desde hace seis años también soy la mamá de Alejandro.

Como ya sabéis estoy viviendo muy de cerca todo este proceso de mis abuelos, (si, ya sé que son enfermedades, pero yo prefiero llamarlo proceso). Veo como día a día van desaprendiendo cosas sencillas o básicas, no es exactamente que las olviden o que no las recuerden, es que las desaprenden, las borran. En muchas ocasiones cuando llego a casa, siento que estoy viviendo todo esto como si estuviera en el filo de una espada, filo que separa dos mundos, filo que separa lo básico, el principio de un lado y el final del otro lado. Cuando estoy  con mis abuelos, sobre todo en estos casos con mi abuelo, veo cómo ayer sabía pinchar la comida con el tenedor, hacer un nudo al paquete del pan de molde o simplemente lavarse las manos y me doy cuenta de que hoy,  eso ha dejado de existir, nunca ha existido ya para él y por supuesto nunca volverá a existir. Es como la cera de una vela encendida, simplemente se ha derretido y ha quedado atrás.

Siempre, desde pequeña, me ha gustado mucho observar, observar a las personas, y como no, con Alex me encanta hacerlo, cuando le despierto siempre me gusta observarle unos minutos en silencio, cuando va al baño a asearse, le miro desde la distancia y observo todos los avances que día a día va aprendiendo… y entonces, en ese momento, me doy cuenta de la cara y la cruz de eso que separa ese pequeño filo de la espada en el que me siento.  Alejandro, día a día, y a la velocidad de la luz, va aprendiendo cosas básicas, cosas que quizá nadie se ha puesto a enseñarle, cosas que simplemente los días le piden que ponga en práctica y se atreva a hacerlo solo. Desde hace ya mucho, cuando ya está vestido le digo:” Alex, ve al baño a hacer pipí y a lavarte”. Y… ¡¡¡madre mía!!! No os podéis hacer una idea cuando le veo a través del espejo lavarse las manos y la carita, como se enjabona perfectamente, se seca con su propia toalla se echa colonia y se repeina una y otra vez hasta que el pelo le queda como él quiere, y sale y me dice: “ya estoy mama”. Cada día sube un peldaño más, peldaños que no paran de bajar mis abuelos… Y ahí estoy yo, viendo como la vida se va encendiendo cada vez con más fuerza y teniendo que apartarme cada vez más para que él aprenda, y por otro lado, viendo como la vida se apaga casi hasta pender de un hilo y teniendo que estar mucho más presente y cercana, siendo siempre un continuo apoyo, aunque en muchas ocasiones simplemente sea unos ojos donde mis abuelos puedan reflejarse y  unas manos que ellos puedan agarrar. TODO sigue y al mismo tiempo TODO se acaba.

Ana Esteban.