Comentarios / Añadir Comentario

En los momentos de enfermedad o dolor añoramos la normalidad, esa normalidad que, por el hecho de serlo, muchas veces aborrecemos.

No somos conscientes de su valor hasta que la perdemos y pensamos en como recuperarla. En un hogar donde viven dos personas con demencia es muy difícil mantener esa normalidad, ahora tan deseada.

Se alteran los horarios, pues sus necesidades especiales surgen en cualquier momento, también los espacios, hay que adecuarlos a su movilidad, además hacer sitio a su silla de ruedas, muletas, pastilleros, enormes paquetes de pañales etc...

Yo trato de mantener ciertas costumbres, como comer todos juntos en la mesa y la misma comida aunque no tengo la misma suerte con los horarios.

Suelo ir algún día al cine, mientras mi hermana se queda con ellos. Cuando entro en la oscuridad acogedora y tranquila de la sala, acostumbrada al ritmo frenético de mi casa, me quedo dormida, y como esto no me había pasado nunca, me produce gran frustración.

Tratando de lograr para ellos la máxima normalidad posible, pierdo yo la mía. Lo que más echo de menos, no son grandes cosas, sino las pequeñas, esas que conformaban mi día a día, mi normalidad cotidiana. Poder darme una ducha con tranquilidad, levantarme tarde un domingo, leer en la cama por la noche sin dormirme, o salir a la calle en cualquier momento sin prisa por volver. Por no hablar de encontrar la ropa en los armarios o alguna olla o cazo en la cocina. Con la mejor voluntad, que yo agradezco, cuando salgo y mi hermana se queda con ellos, guarda la ropa de mi padre en el armario o alguna cazuela, cazo o colador que han usado para hacer comida, pero...cuando yo los busco en sus lugares habituales no los encuentro.

Lo dicho: ¡Bendita normalidad!

Junio 2014