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Raúl LasaAportación a Cooperativa de Despistados de La memoria es el camino.

Siempre quise ver qué contenía ese cuaderno. No era un diario de esos que te regalan en la primera comunión, con tapas nacaradas y que se cierran con una minúscula llave. No, no era de esos. Era una simple libreta de anillas, de tapas blandas de color rojo, y de unas 80 páginas. Lo de las 80 páginas es un decir, porque muchas de ellas estaban arrancadas y sobresalían como si en vez de una libreta fuera un legajo del siglo XVI. Realmente el cuaderno no tenía nada de particular, pero, por alguna extraña razón, mi padre lo guardaba con un celo extremo. Nunca me dejó verlo en vida. Hasta hoy. Esta mañana he vuelto a casa. He venido solo; Marta y los niños se han quedado en Madrid. Prefería que fuera así. Quería revivirlo todo en silencio, sin escuchar a los niños gritando constantemente y los comentarios de mi mujer sobre la decoración.

La casa estaba casi como la recordaba: el olor a tabaco de pipa en el despachito, los muebles blancos de la cocina y la colcha beige del cuarto de mis padres. Pero yo sabía por qué había vuelto y qué me había atraído aquí como un imán. El cuaderno. Efectivamente, allí estaba, en el segundo cajón del armario más cercano a la pared. Se encontraba dentro de una caja de zapatos y sepultado por cartas y facturas del banco. Lo libero de la maraña de papeles y ahí está, tal y como lo recordaba.

Lo abro y leo en la primera página: Gone with the wind. Sólo eso. Es curioso, porque mi padre no sabía inglés, pero ahora recuerdo que esa frase es el título de la película que más le gustaba a mi madre, Lo que el viento se llevó. Intrigado, sigo leyendo.

Cojo el cuaderno por el lomo y lo hojeo rápidamente. ¡Son palabras, palabras y más palabras! Desde la tercera página hasta la última todo son enumeraciones de nombres, verbos, adjetivos, pronombres… Página 5: “reivindicativo, cohesión, obstrucción, taxativo, subrogación…”. Página 20: “argucia, desprotegido, replicar, sensacionalista…”.

No entiendo nada y sigo pasando páginas: en la 35, “triciclo, coliflor, arquitecto…”, “nocilla, barbacoa, cassette”, en la 40 y “mermelada, trabajar, coche”, en la 50. Un escalofrío recorre mi columna. Empiezo a entenderlo todo.

Me llevo el cuaderno al salón y me dejo caer en el sofá. Todos los recuerdos que habían permanecido ocultos desde que me había mudado a Madrid vuelven a mi cabeza como un tsunami. Los olvidos de mi madre, Julia, que al principio carecían de importancia; su dificultad para nombrar de vez en cuando algunas cosas. Y cómo rechinaba los dientes y golpeaba el suelo con sus zapatos cuando no se acordaba de algo. Así, hasta que empezó a ser preocupante. Las visitas a los médicos, los tests, los horribles tests que tenía que pasar y que le hacían llorar de impotencia.

Sigo leyendo el cuaderno, aunque me tengo que llevar un kleenex a los ojos porque no puedo levantar una presa para mis lágrimas. Página 67: “Tío Guillermo, abuela Micaela…”. No sé si voy a poder pasar más páginas y leer más palabras… olvidadas. Palabras que se fueron, como en la película de Clark Gable y Vivien Leigh, con el viento. Conceptos, argumentos, amor representado en nombres de personas, nombres que aluden a placeres, sueños, miedos, ilusiones… Las palabras que mi madre iba olvidando según avanzaba la enfermedad. Frases y nombres que su memoria iba borrando inexorablemente como un operario de limpieza que borra un grafiti de la vida.

De momento no quiero seguir adelante. Me levanto del sofá, cierro el cuaderno, saco de un marco una foto de mis padres y la coloco entre las páginas. Después, con sigilo, como si hubiera entrado al piso a hurtadillas y mis padres todavía siguieran allí, cierro la puerta con llave y me marcho. Ya volveré otro día, cuando me decida a adecentar el piso para ponerlo a la venta.

De vuelta a Madrid, pienso en cuál será la última palabra que estará escrita en el cuaderno, cuáles fueron los últimos recuerdos que albergó su mente cuando ya casi no hablaba. Espero que al menos mi nombre estuviese escrito en la última página. O mejor.

Que no hubiese sido nunca mencionado en el cuaderno.

Raúl LasaBlog: Remando entre redes