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David Hilfiker, Watching the Lights Go Out

Cada vez va a peor... y  está siendo mucho más frustrante de lo que esperaba. El otro día, tratando de encontrar lo que, yo pensaba, deberían haber sido sencillas soluciones para unos problemas concretos con una hoja de cálculo, al final no lo fueron tanto.

Del mismo modo, me di cuenta de que había impreso mal, y por tanto desperdiciado, dos tandas de marcapáginas impresos con las lecturas realizadas ese año durante el servicio religioso (algo que ya llevo muchos años haciendo para la iglesia), y por si fuera poco, otro conjunto de impresiones tenía por error el frontal exactamente igual que el reverso. Finalmente, encontré todos los fallos, pero no sin antes haber perdido mucha tinta, cara cartulina, tiempo y paciencia.

Ahora bien, cierto es que tal vez podría haber tenido uno de esos fallos antes de mi incapacidad, incluso dos. Así que no puedo atribuir cada error mío a la enfermedad de Alzheimer, pero vistos en conjunto, resulta obvio. Tratar de saber qué errores se deben realmente a la enfermedad es una tarea inútil (sin embargo yo sigo intentándolo). Es algo así como atribuir cualquier evento meteorológico específico al cambio climático global. Cualquier acontecimiento, sin importar su magnitud, podría haber ocurrido sin cambio climático, pero el añadido de esta circunstancia no puede ser ignorado. Cualquier fallo concreto de los que estoy teniendo podría ser simplemente un error normal, pero el añadido de mi diagnóstico apunta claramente al progreso de la enfermedad.

¿Cuánto tiempo podré seguir llevando a cabo de manera responsable todas estas labores que vengo realizando para la iglesia? En la mayoría de los casos, como ocurre con las impresiones de las lecturas, yo mismo o cualquier otro descubriremos y corregiremos los errores sin mayores consecuencias. Sin embargo, sobre todo en lo que respecta a la contabilidad, los errores pueden ser más graves. No quiero renunciar a estas responsabilidades porque son importantes elementos que determinan mi pertenencia a la comunidad, pero obviamente, en algún momento, será necesario.

Lo mismo ocurre con el tema de la conducción. ¿En qué momento mi capacidad para conducir se verá tan limitada como para que ya no pueda mantener mi licencia? Este fin de semana hice un viaje de tres horas y media a Virginia. Analizando la situación, tal vez me sintiera un poco descolocado, pero bien pudo haber sido debido a la falta de sueño y a toda la Coca-Cola que había tomado para permanecer despierto. Sin embargo, en el camino de vuelta  no noté nada inusual. El momento en el que tenga que renunciar al carnet de conducir me va a resultar realmente doloroso.

¿Cómo podré decidir sobre todas estas cosas? Para algo como conducir, realmente no puedo esperar a que otros empiecen a notar mis carencias. Para cosas, como la contabilidad, los errores podrían ser relativamente graves, pero en última instancia corregibles. Para otras, como las impresiones de los marcadores con las lecturas, no hay ninguna razón para no esperar a que otros se den cuenta. Mientras me sea posible, no quiero renunciar a estas actividades. Hasta ahora he confiado en mi juicio, pero la pérdida de este juicio propio es otro de los síntomas de la enfermedad de Alzheimer.

El martes por la noche hice otro viaje hasta Virginia para ir a Richmond con motivo de mi charla anual en una de las facultades de la Universidad de Richmond. El profesor que me invita a venir siempre me pide la misma estructura para la conferencia: un pequeño resumen del artículo sobre mis errores médicos, una descripción de mi trabajo en el centro de la ciudad, una descripción de la historia del gueto y un debate sobre el sistema judicial y su impacto en los más desfavorecidos. En lugar de centrarme en la conferencia en sí (que nunca ha funcionado demasiado bien con este grupo en particular), este año decidí dedicar la mayor parte del tiempo al debate, así  pues, dividí mi discurso habitual en diferentes partes más breves, y elaboré algunas preguntas lo bastante interesantes como para fomentar el debate.

Creo que estuvo bien, los estudiantes parecían estar encantados. Más tarde, la profesora me confirmó, bajo su punto de vista, mis impresiones. No estaba nervioso y me sentí muy bien "en mi elemento”. Resultó ser un excelente refuerzo para mi ego en medio de todos estos desafortunados acontecimientos. Por supuesto, no será para siempre, pero esta área de mi mente no parece haberse visto afectada aún ¡y eso no es poco!