Comentarios / Añadir Comentario

Rebecca LeyThe Guardian

Como joven adulta, cada año tengo algo nuevo sobre mi vida que contarle a Papá. Un piso nuevo, un nuevo trabajo, una nueva aventura en el extranjero. Yo era la portadora de noticias, de todo lo que ocurría en mi vida, él, la constante tranquilizadora. Al menos eso es lo que parecía hasta el momento. Ahora que yo misma tengo mis propios hijos, sé que en la vida no siempre se logra que todo permanezca inalterable, y es conveniente para nuestra descendencia que tengan esto claro.

No obstante, desde que él enfermó, ha habido una extraña inversión de roles. Mientras que mi vida se ha asentado y evolucionado como nunca antes, la suya ha estado en constante movimiento – sólo que en la dirección equivocada.

Pero tengo noticias: estoy embarazada de mi segundo hijo. Si todo va bien, seré madre de nuevo en julio, más o menos por las mismas fechas en las que se espera la llegada del primer hijo de los Duques de Cambridge. Y por primera vez, no podre mantenerle al tanto de cómo se van desarrollando las cosas.

Por supuesto se lo he dicho, pero no ha servido de nada. Menos que nada. Podía haber bostezado o hablado del tiempo y habría obtenido la misma respuesta. Las palabras se desvanecieron en el aire cuando él clavó su mirada, con los ojos perdidos, en mi oreja. La borrosa ecografía salió volando accidentalmente. Simplemente no tenía ni  la más remota idea de que iba a ser abuelo de nuevo.

No fue así la última vez. Cuando, hace tres años, me enteré de que estaba esperando a mi hija, Papá se encontraba lo suficientemente bien como para comprenderlo perfectamente. Se le escapó una lágrima, sonrió y me abrazó lleno de emoción. Cada vez que hablábamos por teléfono me preguntaba cómo iba mi barriga, y cuando finalmente nació mi hija se mostró completamente entusiasmado.

Ahora sólo hay un vacío donde debería estar su respuesta y me está costando un poco acostumbrame. Es algo así como el enigma de saber si un árbol que cae en mitad del bosque hace algún sonido aunque no haya nadie allí para escucharlo. Sin mi padre para dar testimonio de esta última entrega en la telenovela de mi vida ¿está realmente sucediendo?

Después de todo, además de uno mismo, nadie estará más involucrado en la novela de tu vida que tus padres. No, ni siquiera tus mejores amigos ni tu pareja. Eso es algo de lo que también me he dado cuenta desde que soy madre. Los hijos son uno mismo, son tus esperanzas y temores hechos carne. Y es por esta misma razón por la que cualquier comentario presuntuoso sobre la generosidad del amor paternal ahora me parece bastante ridículo. En realidad es la cosa más egoísta del mundo desde el momento en que los triunfos y fracasos de los hijos se viven tan intensamente como si fueran propios.

Así que me siento un poco perdida sin el entusiasmo de Papá. Puedo imaginarme su respuesta tal y como debería haber sido, pero ya nunca más podré presenciarla de nuevo. Esto me entristece, pero hay algo más que también afecta a mi estado de ánimo; desde pequeña, y a lo largo de toda mi vida, jamás desperdicié la oportunidad de hacer que mi padre se sintiera orgulloso de mí. Así que me siento un poco frustrada al perder esta última oportunidad de ganar su admiración. En algún sitio dentro de mí, aun sigo siendo la mocosa que grita, “¡Mira lo que he hecho, Papá!

Por supuesto, tengo la suerte de tener todavía a mamá. Ella se mostro encantada de oír que estaba de nuevo esperando un bebé y seguro que seguirá muy de cerca la evolución del embarazo. Aun no soy el árbol que en soledad cae sin hacer ruido  – todavía tengo a uno de mis padres para validar mis actos, para concederme una medalla de oro.

Pero es difícil no tener la sensación de que éste es el primero de los acontecimientos del resto de mi vida que Papá no podrá compartir conmigo. No importa lo que logre, o lo que no, de aquí en adelante, el nunca más tendrá conciencia de ello.